lunes, 6 de diciembre de 2010

costumbres del noroeste

El criollo norteño

Secundino Rasguido (hijo de don Jesús y doña Agripina Rasguido, "del almacén de San José"), es capataz de la estancia de Chaquivil (localidad ubicada en medio de los cerros al oeste de la provincia de Tucumán) y representa al típico criollo de la zona montañosa del norte argentino. Hombre macizo, de varias habilidades, tales la talabartería, construcción, cocina, el manejo y cura de animales, una consuetudinaria cartografía, nacida del constante andar por sus zonas y los conocimientos necesarios para decir que la agricultura de montaña casi no tiene secretos cuando de sembrar o cultivar se trata.
Cada construcción de los cerros es realizada por sus moradores; ante la ausencia profesional cada uno de los habitantes es su propio veterinario, arquitecto, agricultor, carpintero, etc.
Son hábiles con el lazo y el arreo, si es menester "pillar" algún animal por los llanos, cuestas y montes; saben del uso del cuchillo si hay que cortar cuero para trenzar, cuerear o achurar un vacuno o un cordero para comer o bien moldear un palo para alguna necesidad. Trabajar la madera para tirantes de techo o muebles hogareños, es una constante. La tradición oral les enseñó a fabricar adobes con barro y paja para levantar sus viviendas o las de los patrones, saben seleccionar el pajonal adecuado para la techumbre; saben de mediciones, plomadas o empotrados por que la experiencia se los señaló. Si hay que coser unas alforjas o tejer una manta o curtir un cuero no deben recurrir a terceras personas. Conocen el manejo de las riendas para domar, amansar o simplemente guiar su monta al expendio más cercano.
Su trato es amable y reservado: la gente del cerro habla en voz muy baja -en especial entre ellos-, y con pocas palabras dan indicaciones muy certeras. Un mínimo "-fuera choco-" o "-andá chango-" traen aparejado un sistema de comunicación que no necesita repetir una orden. Al rejuntar la hacienda por las cuestas, en algunos casos de más de 70 grados de inclinación y sobre cientos de hectáreas, los gritos son para los animales arreados, pues cada uno sabe cual es su ubicación, ya sea adelante, detrás o al costado del arreo.
Y su vida sin ruidos ni prisas, los hace vivir largos años cultivando vivencias que algún advertido les sacará en agradables conversaciones de cocina, con un mate o un vinito de por medio. Y ellos, estos increíbles hombres del cerro, se acordarán de los rostros visitantes y de sus comportamientos para recibirlos, de acuerdo a ello, la próxima temporada.

La Coqueada

En los países situados al norte de Argentina (Bolivia, Perú) se cultiva la hoja de coca. Con algunas de ellas, se hace un bolo que se sitúa entre el labio lateral y los molares. Este "acullico" o "acuso", que ya usaban los indios en la época de la encomienda en el siglo XVIII y XIX sirve para combatir el sueño. Los "coqueros", por lo general apelan a este vegetal para trabajar muchas horas o para acompañar las largas tertulias regadas con "bebidas espirituosas" y condimentadas con mucha "juerga".
El uso de la coca, en este caso, no es el que le dan las personas que se dedican a matar a la juventud con vicios innobles; con respecto a ello, en "Coca no es cocaína" de ediciones Pueblos Andinos, nos indican que estudios médicos realizados, han demostrado que durante la masticación se inactiva el efecto de la cocaína, ya que la coca sufre una hidrólisis por efecto de la saliva y de los jugos gástricos; esto hace que ingrese a la circulación sanguínea como ecgonina, componente activo que favorece la digestión y la asimilación de los carbohidratos, parte esencial de la alimentación en los Pueblos Andinos.
Cuando uno está "mascando" coca varias horas, la hoja pierde su productividad y ya no despide "jugo", este es el momento de poner un poco de "bica" (bicarbonato de sodio) o yista (masa hecha de ceniza volcánica) para estimular la savia de la hoja.

Las hojas de coca se venden en 2 categorías principales y una especial: la hoja común y la seleccionada (la diferencia entre ambas es la calidad de las hojas, obviamente) y la 3a es la que se encuentra ya destallada (le sacan los tallos) y con acuyicos armados. Varían el precio y la frescura de las hojas.
Una noticia buena para los coqueadores:
Ley 23.737
Sancionada el 21 de Septiembre de 1989, promulgada el 10 de Octubre de 1989 por aplicación del artículo 70 de la Constitución Nacional y publicada en Boletín Oficial el 11 de Octubre de 1989.
Art.15: La tenencia y el consumo de hojas de coca en su estado natural, destinado a la práctica del coqueo o masticación, o a su empleo como infusión, no será considerada como tenencia o consumo de estupefacientes.

Leyendas de la Región Noroeste

El Cardón

Dibujo de esta sección:  Catu
Cuenta la leyenda que los cardones que hay en los valles, en especial en el camino a Amaicha del Valle, son indios, que convertidos en plantas, aún vigilan los valles y los cerros. Ellos velan por la felicidad de sus habitantes que, de esta manera, nunca más serán perturbados por extraños en conquista de tierras.
Pero más trágico es saber cómo se convirtieron en plantas. Se cuenta que en épocas de la conquista, el Inca, al ver que los españoles estaban dominando y martirizando a su El cardónpueblo, envió emisarios a los 4 puntos del imperio para organizar las tropas y así dar un golpe mortal al invasor.
Para ello, los guerreros se apostaron en puntos claves por donde pasarían los conquistadores, esperando la orden de atacarlos por sorpresa, pero esta orden nunca llegó pues los chasquis enviados fueron capturados en el camino y el Inca fue capturado, torturado y muerto. Los valientes indios esperaron y esperaron y vieron, desorbitados, pasar las tropas europeas sin recibir la orden de atacar.... pasó el tiempo y, desolados, quedaron en sus puestos.... la Pachamama, piadosa, los fue adormeciendo y haciéndolos parte de ella.... así comenzaron a unirse sus pies a la greda y la Madre Tierra los cubrió de espinas para evitar que los dañaran en su sueño...
Se dice que aún hoy estos estoicos vigías esperan la orden que nunca llegará...

El Kakuy

Dibujo de esta sección:  Catu (Carmen Ocaranza Zavalía)

El cakuyEste cucúlido, el Nyctibius griseus cornutus (Vieillot), es un ave de rapiña, nocturna, denominada Kakuy y Túray por los quichuas, Urutaú por los guaraníes, la Vieja y Mae da luna por los brasileños.
Según Alberto Vúletin en “Zoonimia Andina” la pronunciación correcta es cácuy porque es onomatopeya del canto de esta ave de la familia de las Caprimulgidae.
Cuenta la historia que dos hermanos vivían en el monte. La hermana era mala y el hermano era bueno. El le traía frutos silvestres y regalos, pero ella le correspondía con desaires y maldades. Un día él regresó de la selva cansado y hambriento, y pidió a su hermana que le alcanzara un poco de hidromiel. La mala hermana trajo el fresco líquido, pero antes de dárselo lo derramó en su presencia. Lo mismo hizo al siguiente día con la comida. El hermano decidió castigar su maldad. La invitó una tarde a recoger miel de un árbol que estaba en la selva. Fueron allí y el hermano logró que ella trepara a lo más alto de la copa de un quebracho enorme (para algunos era un mistol, para otros un algarrobo). El, que subió por detrás, descendió desgajando el árbol de modo tal que su hermana no pudiera bajar. El muchacho se alejó. Allí quedó la joven, en lo alto, llena de miedo. Cuando llegó la noche, su miedo se convirtió en terror. A medida que pasaban las horas, comenzó a ver, horrorizada, que sus pies se transformaban en garras, sus manos en alas y su cuerpo todo se cubría de plumas. Desde entonces, un pájaro de vuelo aplumado, que sólo sale de noche, estraga el silencio con su grito desgarrador -¡"Turay", "Turay" !- : ¡"Hermano", "Hermano" !.
Otra leyenda (Lehmann-Nitsche) nos habla de que el dios Sol, personificado en un gallardo mancebo, enamora a Urutaú, hermosa doncella. Luego de seducirla se va. Convertido en el astro viajero se instala en el firmamento. Desesperada en su dolor y en su abandono, Urutaú sube a un árbol muy alto, y allí se queda para mirarlo siempre. Cuando el sol desaparece por el horizonte, Urutaú llora con desesperación su ausencia, y lanza gritos desgarradores. Recupera su calma cuando su amado surge nuevamente por el oriente.
El nombre kakuy ha sufrido varias evoluciones, así cacuy, kacuy, etc., nosotros hemos adoptado la utilizada por Bernardo Canal Feijóo en su trabajo Mitos perdidos (1938).
 

La Mulánima

Dibujo de esta sección:  Catu (Carmen Ocaranza Zavalía)
También llamada Alma-mula, este engendro es una mujer condenada por pecados muy graves en contra del pudor. Galopa por los campos haciendo un ruido metálico estruendoso - como si arrastrara cadenas -; echa fuego por la boca, los ollares y los ojos y mata a la gente a dentelladas o a patadas. Se la ve sólo de noche y su apariencia es la de una mula envuelta en llamas..
En Tafí del Valle se ha encontrado, en la "Ruta de Birmania" (camino que lleva al Ojo de Agua y que pasa por detrás de la Loma del Pelao), una piedra con una pisada de este animal.
Se comenta que sólo un hombre con mucha Fe o muy valiente puede escapar de su infalible ataque. Para repelerla o defenderse se debe repetir tres veces "Jesús, María y José".
Algunas personas dicen que el Alma-mula es el Diablo mismo.
Elena Bossi en Seres Mágicos, nos cuenta que la Mulánima es una mujer condenada que se transforma de noche, con la primera campanada de las doce, en una mulita chica, que anda galopando y arrastrando cadenas, mientras da rebuznos estridentes y desesperados. La misma autora narra que el grito de la Mulánima es a veces como un relincho y otras como un llanto de mujer… y que el periplo de este ser termina en la puerta de una iglesia, emprendiendo el camino de regreso.
“Lleva las riendas suelta, de modo que al correr las pisa y se lastima la boca con el freno” cuenta Elena Bossi, lo que agranda aún más la desesperación del fabuloso animal. Hasta se dice que sale mayormente en tiempos de tempestad y que ataca las majadas, comiendo algunos animales y dejando otros heridos.
Juan Carlos Dávalos, el gran escritor salteño, relata que un peón suyo, “allá por los 20”, llevando un arreo en las cercanías de los nevados del Acay, se separó del grueso de la tropa para buscar un ternero perdido… le llegó la oración en la travesía y cuando volvía por una estrecha huella del cerro, vio a la lejanía una pequeña luz que se acercaba rápidamente… el viento que corría del mismo lado trajo el vaho azufrado… cuando se dio cuenta que es lo que se acercaba… era tarde… de frente y dando horrorosos alaridos y tirando fuego por los ollares, venía galopando desenfrenada una mula del tamaño de un caballo grande… Hallaron al criollo con el rostro desencajado y el pelo y los ensillados quemados… casi mudo… apenas pudo balbucear el encuentro y su corazón no resistió más… entre congelado y aterrorizado, el pobre no era más que un guiñapo… lo mismo que en la Ruta de Birmania, arriba mencionada, en esta senda del Acay también quedó marcada una huella en la piedra pelada… “que las hay… las hay”.

Más datos: www.cuco.com.ar

Pachamama, el castigo de la tierra

Don Hilario y su hijo solían cazar guanacos, vicuñas y llamas; por lo general mataba más animales de los que necesitaba, aunque a los sobrantes los vendía luego en el pueblo. Es sabido que la Pachamama, Madre tierra, no permiten que cacen sus animales por deporte, y menos que maten a las madres de las manadas. Don Hilario, sordo a los decires, fue cazar como todos los días, pero aquella mañana la Pachamama les dio un aviso, haciendo retumbar la tierra y produciendo derrumbes en los cerros; padre e hijo intentaron cubrirse en una saliente pero la mula se empacó y forcejeando se fue acercando al abismo hasta vencer las fuerzas de don Hilario y el animal cayó al abismo... esta fue el primer pago que cobró la Pachamama.
Segundo después se terminaba el temblor y volvía el silencio a las peñas... los viajeros, asustados, contemplaban al mular al fondo del precipicio... asustados corrieron a hacerle una ofrenda a la Madre tierra, para calmar su enojo. Enterraron cosas que llevaban, como ginebra, coca y un cigarrillo, le hablaron en voz baja, con mucho respeto, pidiendo perdón, buenas cosechas y muchos animales.
Don Hilario pidió permiso para seguir cazando. La gente del pueblo también oró a la Pachamama y hasta le sacrificó una llama en su honor. Don Hilario, convencido de tener permiso para seguir cazando, se internó en los cerros, pero no lo siguieron ni su hijo ni la gente del pueblo. Luego de la cacería, Hilario retornó a su rancho y no encontró a su chango, que había salido a juntar las cabras... Preguntó a los vecinos, que nada sabían... Lo buscaron hasta pasada la oración, interrumpiendo la búsqueda al caer la noche.
Rastrearon las huellas del muchacho por uno  y otro lado, pero fue inútil. Sólo al caer la tarde hallaron las cabras, lejos del caserío. Pasaron varios días y semanas y hasta el mismo Hilario dejó de buscar a su hijo.
Una madrugada, unos arrieros que bajaban al pueblo, vieron de lejos al hijo de don Hilario... cabalgaba sobre un guanaco guiando a la manada... parecía un fantasma... iba vestido con pieles, y desapareció en la neblina del monte junto con los animales.
La Madre tierra volvió a cobrarse una deuda... llevándose al único hijo que don Hilario tenía, a cambio de los animales que él había matado innecesariamente.
Los arrieros contaron lo visto a don Hilario, quien comenzó a realizar ofrendas a la Pachamama, quien no le otorgó buenas cosechas, pero tanto y tanto debió orarle y tan puro habrá sido su arrepentimiento, que al cabo de unos años don Hilario se vio bendecido con otro hijo... a quien enseñó el respeto por los animales y la tierra.

El Zupay

Dibujo de esta sección:  Franco Alvarez
El Zupay, uno de los seres malignos de nuestra mitología folklórica... En realidad es el mismo demonio. Ricardo Rojas mencionaba que el Zupay prefiere la forma humana para sus manifestaciones; "ha encarnado alguna vez en cuerpo de hermoso mancebo, apareciéndose en un rancho de la espesura para tentar a cierta mujer ingenua. Se ha mostrado otra ocasión como un gaucho rico y joven que visitó la selva en su caballo enjaezado de mágicos arreos".
El Zupay es todo lo que representa el mal, el sufrimiento, la desdicha, la maldición. En algunos sitios del Norte Argentino y sur de Bolivia es también un dios, resultando la paradoja del dios-demonio y demonio-dios.
Son diversos los lugares que habita este maligno ser, lugares de juego, de placer y de tentación. El es el que preside las reuniones de la salamanca, el que tiene como súbditos a sapos, víboras, duendes y los desdichados que le vendieron su alma a cambio de alguna gracia terrena.
El Zupay vendría a ser el Satanás cristiano y al Anchanchus incaico, tal nos recuerda Antonio Paleari.
Sus ardides para lograr sus objetivos son infinitos, desde parecer un ingenuo niño, hasta una tentadora mujer, así pone a disposición de los incautos y descreídos todas sus artimañas, las que terminan con un contrato firmado con tinta china y la muerte del criollo que por una mujer, cantar, bailar o dinero le entregó el único don que el hombre no debe descuidar: su alma.
Sus nombres más comunes son Diablo o Tío y se dice que vive preferentemente en las profundidades de la tierra en medio de llamas ardientes. Cuando se está por producir su aparición el olor inconfundible del azufre es una carta de presentación que apabulla al más valiente.
Antonio Paleari dice que su imagen más difundida es la de un pequeño enano de anchas espaldas y abultado vientre, calvo y si bien no es joven, tiene agilidad y cierto donaire. Su mirada es cautivante, socarrona y su sonrisa, franca y compradora. Su vestimenta es variada pero muy rica. Vive en las grutas, en los fondos de las lagunas y de los manantiales. Vaga en las minas profundas y descansa en las casas abandonadas.
También es representado como un macho cabrío, mitad carnero mitad hombre, y su mayor arma es lograr la desunión y la desesperanza.

sábado, 4 de diciembre de 2010